Clausurado en San Millán de la Cogolla el Seminario Internacional "Mujer y lenguaje en el periodismo en español"

08/05/2009

El IV Seminario Internacional de Lenguaje y Periodismo titulado “Mujer y lenguaje en el periodismo en español” ha sido clausurado hoy en San Millán de la Cogolla después de tres intensas jornadas en las que expertos de la comunidad hispanohablante han compartido sus reflexiones sobre el comportamiento del periodismo en lengua española en materia de lenguaje sexista.

Conclusiones del Seminario

El Seminario entró en materia la tarde del 6 de mayo con una mesa redonda titulada "Lenguaje y mujer en los medios de comunicación".

El presidente de la Agencia Efe, Álex Grijelmo, abrió la sesión con la lectura del texto de la periodista española Margarita Riviere, que no pudo asistir. Su discurso comenzaba con una frase del que fuera director del diario Le Monde, Andre Fontaine, que decía que “solo hay dos clases de periodismo: el bueno y el malo”. Y para Riviere, hombres y mujeres periodistas pueden ejercer cualquiera de los dos.

Se plantea una paradoja: las periodistas, que han tenido que adaptarse a la situación de dominio del hombre, son cada vez más numerosas en los puestos de redacción pero no en los de dirección. Surge, entonces, una pregunta: ¿habría una nueva escala de valores si las mujeres tuvieran que decidir qué es noticia? Esta es una situación que todavía no se da, pero cuando ocurra, será necesario tener cuidado para que las mujeres no imiten los modelos masculinos enquistados en la sociedad.

El periodismo siempre expresa la situación social y los valores que la sociedad adopta y este seminario es fruto de esa nueva fuerza de las mujeres, que impulsa cambios respecto de los valores masculinos, resistencia y cambio.  Riviere finaliza el texto pidiendo una nueva forma de valorar las noticias, pues así el lenguaje se irá adaptando.

Esa idea de adaptar el lenguaje, es la duda que se plantea la periodista Montserrat Domínguez, quien abre su turno preguntándose hasta dónde debe empujar los límites para forzar el cambio.

Para ella, el lenguaje no es sexista, lo es la sociedad. Nunca se ha sentido discriminada cuando se utiliza el genérico masculino, porque para ella las palabras, por el hecho de pronunciarlas, no acaban con las desigualdades del mundo.

Las mujeres se tienen que quitar lo que algunos han llamado “el síndrome del impostor”, vencer la inseguridad, vencer la sensación de que no tienen que estar ahí. Hay una devaluación general de lo femenino, y muchas veces las mujeres están acostumbradas a “autominusvalorarse”. Por eso es importante encontrar las claves sobre cómo manejar las inmensas dudas de los periodistas cuando se enfrentan a la tarea de informar.

Para Pepa Fernández el problema tampoco está en las palabras. No es lo mismo un lenguaje sexista que un discurso sexista y mucho menos una actitud sexista. Las personas, en su vida cotidiana, seguramente no se dan cuenta de que usan ese tipo de lenguaje. Y en periodismo, aunque es difícil no imitar los modelos masculinos, se tiende a repetirlos porque funcionan. En cualquier caso, esta periodista piensa que el lenguaje no cambia la sociedad, la sociedad cambia al lenguaje.

Al otro lado del Atlántico las cosas no son diferentes. La periodista chilena Mónica González, coincide en que la única forma de cambiar las desigualdades es desde los espacios de sociedad civil, y añade que también se debe hacer desde el periodismo. Los periodistas tienen que asumir sus miedos porque muchas veces no se tratan los temas por temor.
 
Lo importante es saber en qué medida la mujer puede avanzar dentro de un terreno de desigualdad ya que la selección de la información es masculina y las mujeres han sido cómplices de esta selección. Se debe perder el miedo a hablar de los temas que afectan tanto a los hombres como a las mujeres porque con miedo no se llega a ninguna parte.

Eulàlia Lledó, como lingüista, llama la atención sobre lo interesante que es ver hacia dónde van las cosas, especialmente si hay cambios positivos en la sociedad. El debate ha cambiado porque ahora lo importante es que se marque lingüísticamente que se trata de una mujer.
Para Lledó, la lengua no es una cáscara vacía, pues contenido y forma tienen que ser un todo. Cuando la forma designa algo, tiene el poder de que ese algo exista más, esto es, de que su contenido se fortalezca. En el lenguaje periodístico hay cambios para intentar dar el mismo tratamiento a los hombres y a las mujeres. Tener una categoría de análisis es un paso imprescindible para poder abordar  esos cambios del lenguaje.

Para la lingüista Ana María Vigara, esos cambios han sido espectaculares en los últimos años, pero ha recordado que se corre el riesgo de que se olvide que aún existen muchísimos casos de lenguaje sexista. Asimismo, ha señalado la responsabilidad que tienen los medios de comunicación por su trascendencia en la sociedad. La mujer es receptora de las informaciones de los medios, pero no siempre es su destinataria. Las mujeres no tienen protagonismo en algunos temas históricamente masculinos (como el deporte, la economía o la política), o se les concede menos que a los hombres. Ana María Vigara defiende que no es tan cierto que si la sociedad cambia, el lenguaje cambie.  Ella opina que hay que dar a hombres y mujeres el protagonismo cuando corresponde y como corresponde.

La segunda mesa redonda, titulada «¿Hablan igual las mujeres y los hombres? ¿Los y las periodistas escriben igual? ¿Hablan los periodistas igual para los hombres que para las mujeres?», la abre Daniel Samper quien comienza afirmando entre apenado y dubitativo que son las propias mujeres las primeras reproductoras del machismo. Tres hechos a su juicio son clara muestra de la responsabilidad de las mujeres en la perpetuidad de estas prácticas: las mujeres no han tenido problemas en acoger el femenino en los oficios humildes, pero no dicen “soy médica” porque sienten que decir “soy médico” es más prestigioso. Destaca Samper en segundo lugar  el hecho de que no falten los casos en los que las mujeres abiertamente rechazan la forma en femenino, “somos poetas y no poetisas”. Y no es, en tercer lugar, menos significativo el que las mujeres calquen en sus expresiones un lenguaje anatómicamente masculino, cabe discutir, señala el periodista la cuestión de qué significa exactamente el recurso a determinados apéndices en el discurso femenino, quizá una muestra de la primacía del varón o quizá ejemplo de la pretendida asimilación de aquellas hacia estos.

Trata Juan Plaza de responder a la última de las preguntas que plantea esta mesa redonda, ¿hablan los medios igual para ellas que para ellos? El profesor universitario responde a esta pregunta basándose en las revistas para adolescentes.  Los hombres y mujeres, afirma, se construyen como tales a partir de diversas influencias que nos enseñan a responder a expectativas que no solo representan a factores biológicos. La construcción de la identidad de una mujer tiene un perfil claramente definido en las revistas para adolescentes, cuyos temas se asientan sobre unos valores trasversales que impregnan todo el contenido: la belleza, los chicos y determinados comportamientos. En estas revistas, afirma Juan Plaza, las chicas pueden ser capaces, pero sobre todo han de ser guapas, la belleza se supone parte de la identidad femenina y esta indisolublemente unida a la autoestima y la aprobación social y  una chica debe,  además, tener siempre un chico al lado.

Para Magí Camps, si las y los periodistas no escriben igual, sí deberían hacerlo. El periodista, ya sea él o la, debe ofrecer enfoques poliédricos, porque tiene la obligación de ofrecer miradas diversas. Si las mujeres han alzado la voz, es porque se han sentido excluida de ella, pero, resalta este periodista, no es necesario pertenecer a un colectivo para salir en su defensa. Termina Magí su intervención reconociendo que “los hombres caen más fácilmente en la trampa” de abordar el partido de tenis, antes desde la falda de la tenista, que desde las cualidades puramente deportivas.

Hila su intervención María Elena Gómez aportando nuevas diferencias en la pluma de unos y otros. Para la lingüista esto se aprecia no solo cuando salen a relucir unas piernas o una tenista, sino también en las columnas de opinión. Ya desde los mismos títulos las columnas escritas por hombres y mujeres parten de roles distintos, la mujeres tienden a empezar por su experiencia, van de lo personal a lo general, títulos como “La trastienda” ya apuntan, en este sentido, a un tono más intimista. El discurso masculino, frente a esto, es un discurso asertivo, en el que las columnas, señala la profesora se llaman “Al abordaje”.
El solo tono de voz de la intervención de Yolanda Reyes ya ahonda, a la par que ejemplifica, este discurso más intimista -queda concluir si más femenino. La conocida columnista se muestra conforme con esa perspectiva apuntada por María Elena Gómez, también ha construido afirma, muchas veces sus columnas desde la vida particular en ese juego que luego es capaz de dar el salto a la generalidad, en esa bisagra que va de lo humano a la humanidad. 

Como réplica y acertado contrapunto a la intervención de Juan Plaza, Ibai  Aramburuzabala comienza su intervención con una idea tan sencilla como clara: cada sexo tiene sus estereotipos. Las mujeres, desde la mirada de las revistas masculinas, tienen entre 18 y 30 años, o son tipo Lolita o son diosas a las que venerar o una tentación que atrae y atemoriza. La mujer en estos medios es en cualquier caso hipersexual, provocadora y es un instrumento al servicio del placer, en este sentido está sometida al hombre, al que muchas veces incluso llega a deber su presencia en la sociedad.
 
Se abre, después de la intervención del traductor e intérprete vasco, un debate abierto entre ponentes y participantes del que quizá quepa destacar la tajante intervención de la lingüista Eulàlia Lledó que no quiso que la primera intervención de la mesa no encontrara un contrargumento que puede ser resumido en la idea: “No creo que los más racistas sean los negros, ni que los pobres sean pobres porque quieren, no creo que el retraso en el voto femenino sea culpa de las mujeres”.

En la tercera mesa redonda «Los diccionarios, las gramáticas y el femenino», que fue celebrada en la sesión de tarde del 7 de mayo, moderada por el lingüista Alberto Gómez Font, se pudieron escuchar los argumentos que Violeta Demonte, Marina Fernández Lagunilla, Esther Forgas, Susana Guerrero, Margarita Lliteras y María Josefina Tejera, esgrimen a favor o en contra de la feminización de la lengua y del cambio de las estructuras gramaticales.

Violeta Demonte se centra en las ideas en torno al equilibrio entre lo que la sociedad demanda y lo que la lengua permite, y de cómo desde los años 70 hasta ahora los cambios de la realidad social de las mujeres se han visto reflejados directamente en la adecuación de la lengua a esa nueva realidad, a través de fenómenos como la feminización genérica de las palabras o la desaparición de los usos sexistas del lenguaje.

Después, Marina Fernández Lagunilla afirma que no hay razones lingüísticas en contra de la formación de sustantivos femeninos y que es defendible que existan sustantivos que representen a la mujer en sus cargos y profesiones, lo que no es incompatible con que ellas mismas puedan elegir libremente la forma en que quieren llamarse. Además, hace hincapié en que es importante que en el discurso político se evite el uso de valoraciones que discriminen a la mujer.

Esther Forgas explica cómo en el Diccionario de la lengua española existe una falta de sistematicidad en el tratamiento de las definiciones, en las que se obvia u ofende a la mujer, y que las Academias deberían cambiar, en beneficio de una sensibilidad social que insista en la igualdad de hombres y mujeres.

Susana Guerrero reivindica el uso de la palabra género no solo en cuanto fenómeno gramatical sino también como lo que culturalmente diferencia a los hombres de las mujeres, y critica al Diccionario de la Academia por no “femenizar” lo suficiente, aunque reconoce que el Panhispánico ya ha hecho un esfuerzo por remediar esta situación.

Margarita Lliteras señala que durante las últimas décadas ha habido una revolución en cuanto a la expresión de sustantivos variables, como con  los llamados nombres ortónimos, que se refieren solo a varones y que ya presentan la variante femenina si el contexto lo permite, como en cura, abad, caballero, etcétera, y que la tendencia actual también es la creación o preferencia de nombres comunes, ni masculinos ni femeninos.

María Josefina Tejera explica, desde su experiencia personal, que en la elaboración de un diccionario es importante que exista una mirada imparcial, ni femenina ni masculina, ya que es una obra para un público variado.